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Las memorias de Norberto Ortega Sánchez: de las carencias de los míticos Camboyanos de San Lorenzo al día que fue ovacionado tras una expulsión

Norberto Ortega Sánchez
El Beto surgió de Tigre, pero es hincha del Ciclón desde chiquito

La leyenda de Los Camboyanos. Aquellos muchachos de San Lorenzo, que se asemejaban más a un grupo de náufragos que a un plantel de fútbol. Desamparados y librados al destino por los desmanejos dirigenciales, hicieron de una flaqueza su principal estímulo. Sacaron fuerzas desde lo imposible para sobreponerse a todas las trampas que aparecían día tras día, de adentro y de afuera, para seguir siendo competitivos, peleando cada torneo con una garra inusitada, pese a que el club en ese momento estaba sin cancha. Esa no era la única carencia, ya que muchas veces no tenían lugar donde entrenar ni la mínima indumentaria acorde. Pero no todo era pasión y pelea. En medio de ese árido campo de batalla, florecía el fútbol del número 10, que había llegado en silencio y se convirtió en ídolo: Norberto Ortega Sánchez.

San Isidro y su estilo señorial; la numeración de Libertador alcanza las cinco cifras y la hilera de árboles se hace incontable, en derredor de esas calles de trazado tan irregular como excéntrico. En medio de la quietud de la tarde otoñal, el encuentro con Norberto, que mantiene el porte de sus tiempos de jugador y responde con amabilidad ante cada saludo teñido de azulgrana.

“Aquellos tiempos de Los Camboyanos fueron difíciles, porque realmente no teníamos nada de nada y no nos pagaban. El equipo es recordado por varios factores: tenía buenos jugadores, ante la dificultad se había armado un grupo unido y fundamentalmente por la gente que nos acompañó a todos lados. Como San Lorenzo no tenía cancha, muchas veces, ya avanzada la semana, no sabíamos donde íbamos a hacer de local el domingo, sin embargo, la hinchada colmaba todos los estadios. A fines del ‘86, Fernando Miele ganó las elecciones y hasta el día de hoy reconoce que ese grupo lo ayudó mucho en sus primeros tiempos. Nos pasaban todas: no teníamos agua para bañarnos en la ciudad deportiva después el entrenamiento, entonces íbamos a buscar de alguna canilla, llenábamos botellas de agua mineral y con eso tratábamos de higienizarnos. Teníamos el rito de quedarnos solos en el micro antes de bajar en las canchas y hacernos una arenga de salir a ganar por nosotros y nuestras familias. Creo que el hincha nos los sigue agradeciendo porque jugábamos con el alma y el corazón”.

Los Camboyanos de San Lorenzo
El gol de tiro libre a Estudiantes en el ’85, que hizo cambiar de equipo a un hincha

Llegar a vestir la camiseta azulgrana era el sueño cumplido del Beto, pero el comienzo estuvo muy lejos de aquel anhelo: “El técnico era Juan Carlos Lorenzo, que declaró que le habían traído un jugador de la B. Sin embargo, esas palabras me hicieron bien, porque me encendieron, fueron como un combustible para darle con más ganas. Enseguida se fue y asumió Nito Veiga, que de arranque me dio la camiseta número 10 y toda la confianza, que fue la que recobró el equipo, comenzando una racha tremenda de victorias, pasando de los últimos puestos a los primeros. Unos meses más tarde, nos tocó ir a la cancha de Estudiantes, que siempre era muy brava y además tenían muy buenos jugadores. Hice un lindo gol de tiro libre con el que ganamos 1-0 y Pablo, que ahora es de la peña Los Camboyanos de La Plata, fue con su abuelo a la cancha y era simpatizante del Pincha, pero al ver el griterío de la gente del Ciclón con el gol, se hizo de San Lorenzo”.

En medio del recorrido por partidos, momentos y jugadores, surgió el nombre de Diego Armando Maradona, con una situación muy particular que vivió el Beto Ortega Sánchez: “Cuando él tuvo problemas, a mí me nació naturalmente, sin conocerlo, llamarlo a la casa y ponerme a su disposición para lo que necesitara, ya sea hacer un trámite o pagar un impuesto. Eran charlas cortitas, pero maravillosas y cada vez que nos vemos con Claudia, las recordamos. Su fallecimiento fue terrible para mí, porque siempre estaba al límite y lograba recuperarse”.

“Mire, mire que locura. Mire, mire que emoción. Con los goles de Perazzo y de Ortega Sánchez vamos a ser campeón”. La siempre creativa hinchada de San Lorenzo, reflotó el cantito que había sido parte de aquellos micros televisivos de Clemente durante el Mundial ‘82, para poner en palabras lo que sentían por esa dupla explosiva que se formó de manera natural: “Nos entendimos de memoria desde el primer momento con Walter. Él me miraba de reojo y yo sabía dónde se la tenía que tirar, para que encarara a los centrales. Fue el delantero con el que mejor me entendí a lo largo de mi carrera, porque además de ser un tremendo goleador, tenía mucha técnica, por lo que devolvía muy bien las paredes”.

Superando todas las vallas que le iba poniendo el destino a cada paso, ese grupo seguía adelante y en la temporada 1987/88 llegaría al subcampeonato y más tarde a ganar la liguilla que depositó a San Lorenzo en la Copa Libertadores después de 15 años: “Vino como entrenador Bora Milutinovic, que a mí no me gustaba su estilo, porque quería jugar como los viejos cuadros ingleses: el arquero al cuatro, este un pelotazo al siete para que metiera un centro al área. ¿Y yo? La veía pasar por arriba como un partido de tenis (risas). En su lugar llegó el Bambino, que cambió la manera y la mentalidad, porque era muy motivador. Terminamos segundos de un Newell´s excelente y nos quedamos con la liguilla contra Racing, en la famosa primera final en la que salimos a la cancha sin delanteros, porque entre lesiones y suspensiones, no quedaba ninguno. Fuimos con Siviski de punta y ganamos 2-0; yo le hice un gol al Pato Fillol. Fue una temporada inolvidable. Teníamos como arquero a José Luis Chilavert, que siempre fue un tipo extraordinario, pero era más callado, uno más. Y deportivamente, una tranquilidad, porque pelota que iba al arco, tenía que entrar en el ángulo para que fuera gol. Creo que cuando llegó a Velez, armó un personaje. Quedamos en excelente relación y me invitó a su partido despedida”.

Los Camboyanos de San Lorenzo
San Lorenzo en la temporada 1987/88: Daniel Riquelme, Darío Siviski, Omar Jorge, Blas Giunta, José Luis Chilavert, Sergio Marchi. Agachados: Luis Malvárez, Daniel Ahmed, Walter Perazzo, Norberto Ortega Sánchez y Rubén Romano

Ortega Sánchez no solo era titular indiscutido, sino una de las figuras y referente de ese plantel. Sin embargo, a fines de 1988, debió irse del club ante la no renovación del contrato: “Durante dos años cobré solo el 20% del acuerdo original, como establecía la ley. Lo que me salvó fue que estábamos en la Copa Libertadores y cobrábamos los premios en dólares, entonces yo cambiaba 100 y vivía un mes (risas). Tenía fecha de casamiento para el 29 de diciembre y varios meses antes los dirigentes me llamaron para decirme que ellos me daban un departamento y un auto para, de ese modo, hacer la renovación. Cuando llegó noviembre me contaron que no podían comprar nada. Quedé libre y fui a Racing, que atravesaba un excelente momento, como puntero del torneo y reciente campeón de la Supercopa. Tenía similitudes con San Lorenzo, porque tampoco pagaba mucho (risas)”.

El deporte y la vida al aire libre, habían sido parte de la vida del Beto, desde que era un pibe que correteaba en la zona Norte: “Comencé a hacer deportes en el club San Fernando: fútbol, basquetbol, hockey o remo, me prendía en todos. Cuando tenía 17 años, un dirigente de Tigre me vio y le dijo a mi viejo que me llevara. Ya había hecho una prueba en River, donde metí cuatro goles en dos prácticas, pero Martín Pando, que era uno de los que manejaba las Inferiores, me dijo: ‘Jugás muy bien, pero queda un solo lugar y es para el familiar de un dirigente’. Quería ir a San Lorenzo, club del que soy hincha, pero me quedaba muy lejos, por eso recalé en Tigre, donde debuté en Primera en el ‘82 y ya en el ‘83 peleamos por el ascenso con un gran equipo, pero se nos escapó al perder en el octogonal contra Chacarita. Era complejo actuar en Primera B en ese tiempo por el estado de las canchas, que eran todas malas (risas), llenas de pozos. Y los rivales eran tipos que metían y jugaban por igual”.

Eran los tiempos de una Primera B extremadamente competitiva, llena de muy buenos jugadores y que había tenido una mayor trascendencia por el paso de San Lorenzo (1982) y Racing (1984 y 1985). Entre esos valores destacados estaba Ortega Sánchez, a quien no tardaron en llegarle las ofertas de la máxima categoría: “Me vino a ver gente de Argentinos Juniors, pero luego por intermedio de un pariente de mi mamá, conocí a Guglietti, que era dirigente de San Lorenzo, quien hizo el contacto, pero Tigre no me quería vender. El presidente vivía a la vuelta de la casa de la que era mi novia y me iba a verlo a las 8 de la mañana y le decía: ‘Pedro: Si no me venden, no juego más’. Así estuve como 10 días hasta que accedieron a darme a préstamo por ocho meses”.

Recién retirado Norberto Alonso, la dinastía de buenos números 10 continuaba en el fútbol argentino, allá por la temporada 1987/88, con la magia inacabable de Ricardo Bochini en Independiente, Carlos Tapia en Boca y Rubén Paz en Racing, entre otros. En ese distinguido grupo estaba Ortega Sánchez, en el mejor momento de su carrera, cuando le llegó la citación a la Selección: “Fue muy gratificante, porque era para representar al país en los Juegos Olímpicos de Seúl ‘88, pero San Lorenzo no nos dejó ir ni a Giunta ni a mí, por estar en la Copa Libertadores. Estuvimos en un par de prácticas con Bilardo, que nos explicaba los movimientos con gran pasión y dedicación, pero no pudo ser”.

Los Camboyanos de San Lorenzo
Gol a Temperley en 1985, uno de los primeros con la camiseta de San Lorenzo

A mediados del ‘89 le llegó la posibilidad de hacer una experiencia en Europa, luego de seis meses en un Racing conflictuado y sin resultados positivos, pero con una situación que pudo cambiar su futuro: “Rescindí el contrato porque no quería trabajar con el DT que había llegado y me fui a entrenar solo en los bosques de Palermo como jugador libre. Me citaron dos dirigentes de River, Di Carlo e Israel, en un restaurant de la costanera para proponerme ir al club. Les tuve que responder que no, porque le había dado un poder a un intermediario, Félix Latrónico, para que gestionase a una transferencia y se encontraba en Europa. Habían llegado Mostaza Merlo y el Beto Alonso y me hubiese gustado mucho. Finalmente, estuve una temporada en el Elche y a mediados del ‘90 regresé a Racing, donde tuve de compañero a Goycochea, recién llegado de la locura del Mundial. Íbamos juntos al entrenamiento y la gente sacaba medio cuerpo de los autos para saludarlo”.

En ese momento, nuevamente la Selección iba a cruzarse en su camino, pero con el mismo resultado de un par de temporadas atrás: “Empatamos los 10 primeros partidos del Apertura 1990 y en el siguiente le ganamos a Lanús de visitantes 4-1 y allí me fueron a ver el Coco Basile y el Panadero Díaz, que me conocían del año anterior en Racing. Tuve un fuerte esguince de tobillo y el equipo después entró en esa racha tremenda de más de 30 partidos sin perder y ya no se me hizo el lugar. En Racing lo tuve como entrenador a Perfumo, que era un hombre extraño. Por ejemplo: organizaba charlas para que diéramos nuestras opiniones con respecto al rival de turno, pero después hacía lo que quería. Antes de la primera fecha me propuso jugar de centrodelantero, a lo que le respondí que con mi contextura iba a ser complicado. Me contestó que lo iba a pensar y el resultado fue que me dejó afuera. De ahí me fui a Velez, donde había un plantel excelente con el Bambino de entrenador, que estuvo pocas fechas por su problema judicial. Si hubiese seguido, éramos campeones, no tengo dudas. Unos meses después, ya con Eduardo Manera, llegó Chilavert y se comenzó a armar el germen de lo que sería el equipo que ganó todo con Carlos Bianchi. Estuve unos meses en el Millonarios de Colombia y a comienzos del ‘93 regresé para jugar en Talleres, que estaba complicado con el promedio. Tuvimos el famoso partido con River en Córdoba, donde Castrilli cobró un penal para ellos que lo vio él solo (risas). Se armó un gran escándalo y quedamos condenados al descenso. Pasé a Argentinos Juniors, en la temporada en la que hizo de local en Mendoza, con Carlos Bilardo como manager. Fue una linda experiencia, porque, además, teníamos buen plantel, pero no iba mucho público a la cancha. Entrenábamos toda la semana en Buenos Aires y los viernes, después de la práctica, almorzábamos en un restaurante de Belgrano, de ahí a Aeroparque y luego el regreso apenas terminaba”.

Fueron muchos equipos en poco tiempo, pero siempre con la ilusión latente de volver a vestir la camiseta de San Lorenzo. Y el sueño se hizo realidad para la temporada 1994/95: “Me encontré con un club completamente nuevo: pagos al día, la cancha terminada y duchas con agua caliente (risas). Me di el gusto de salir campeón, en un día inolvidable en Rosario. Cuando el micro quiso salir del hotel rumbo al estadio de Central, no podía avanzar de la cantidad de gente que había. Al ver eso, le dije el Cabezón Ruggeri: ‘Hoy somos campeones’. Ingresé faltando poco y me erré un gol imposible, producto de los nervios y la ansiedad. Había estado en la cancha de Velez como hincha en 1974, en el que había sido el último título del club y ahora me daba ese gusto. El abrazo que nos dimos con el Bambino cuando terminó el partido también fue el desahogo de toda lo que habíamos vivido en los ‘80″.

Los Camboyanos de San Lorenzo
Contra Guaraní Antonio Franco

Era la mejor manera de coronar una carrera a la que todavía le quedaban algunos capítulos más, con buenas anécdotas: “Estaba en Platense, donde mucho no me querían por mi pasado en Tigre. Íbamos perdiendo con San Lorenzo en el Gasómetro 1-0 y el juez de línea nos cortó un ataque por offside y lo insulté, me escuchó el árbitro Lamolina, me expulsó y toda la gente del Ciclón me ovacionó, mientras lo de Platense me puteaban (risas). Poco tiempo después, estando en Coquimbo de Chile, decidí retirarme y comenzar con la representación de jugadores. Luego estuve varios años como manager de Acassuso, consiguiendo un par de ascensos y más tarde trabajé por mi cuenta como intermediario. Desde enero, con la nueva administración estoy de nuevo en San Lorenzo en el Consejo de Fútbol como secretario técnico. Y recibo el cariño de la gente, algo que no cambió nunca con el paso del tiempo”.

La tarde otoñal ya era un anochecer en San Isidro cuando llegó el momento de la despedida. Y fue un placer volver a aquellos años ‘80 y ‘90 de la mano de los recuerdos del Beto, ese que a fuerza de talento, puso la cuota de fútbol, en medio de la leyenda, pletórica de esfuerzo, de Los Camboyanos de Boedo.

Fuente: InfoBae

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