De niña iba a remates con su padre y hoy rompió el molde: es una de las pocas mujeres “martillo” del país
“Fue difícil porque era un mundo de hombres, pero me pude hacer mi lugar. Mi recomendación es que cuando elijan qué quieren hacer sigan sus convicciones, se agarren fuerte de las riendas y galopen”.
Así se expresa, a la hora de repasar su trayectoria, Gabriela Iturrioz, pampeana criada en el campo con sus padres y abuelos, licenciada en comercio internacional que de niña “cantaba” los remates sentaba en la rodilla de su padre. Hoy, las vueltas de la vida, porque no fue lo que buscó, hicieron que sea su profesión.
En un nuevo capítulo de la serie de podcast ELLAS, Gabriela trae una historia de “hacer camino al andar”, abriendo tranqueras y candados (los reales y los emocionales).
En la actualidad, vive en General Acha, es nieta e hija de productores ganaderos, y está casada con Néstor Hugo Fuentes, casa consignataria emblemática en la zona.
Tiene una maestría en Economía y un doctorado en Ciencias Agropecuarias. Vivió un tiempo en Madrid (España), una experiencia que le abrió la cabeza. A la vuelta trabajó 10 años en el INTA como investigadora en Economía Alimentaria y Agroindustrial, y hasta se hizo cargo de la Estación Experimental de General Acha.
Pero casualidades y causalidades de la vida la encontraron con Néstor, la consignataria, los remates y ese recuerdo de la chiquita que recitaba en la falta de su padre. “¿Y por qué no puedo ser yo también uno de los martillos de la firma?”, preguntó y propuso. No fue fácil. Pero se preparó, estudió y esperó. Hasta que un día tuvo su chance. “Yo sabía que podía”, dice.
Pero no terminó ahí: de yapa, abrió El Galpón del Edén, una casa de decoración, que empezó con enlozados que la hacían acordar a sus abuelas y hoy tiene de todo.
-¿Qué te acordás de niña de esas idas a las ferias?
-Para mí fue la etapa más linda de mi vida. Son los primeros cinco años. Yo vivía en el campo en Padre Buodo (N de la R: El padre Angel Buodo fue un sacerdote salesiano misionero, con residencia en General Acha, que recorrió muchas localidades y lo apodaron “El Hornero de Dios” por la cantidad de capillas que construyó) con mis abuelos paternos y mis padres. Porque mi papá trabajaba ahí. Fui hija única. Una vez al mes íbamos a los remates que se hacían en puesto caminero Padre Buodo. Eran las ferias El Rodeo. Después hubo otra firma y después cerró. El recuerdo que tengo era precioso, nos juntábamos todos los vecinos, íbamos a almorzar en un galpón. Un momento muy emotivo porque se juntaban las familias. No era tan habitual encontrar chicos pero los que estábamos la pasábamos genial. Y yo era muy chiquita, era una especie de mascota entonces me subían a la camioneta del martillero y tenía un tío, Abel Promencio, que hoy su hijo trabaja con nosotros, que me subía arriba del techo de la camioneta y me quedaba escuchando todo el remate.
– ¿Qué se te viene a la cabeza de ese momento, si cerrás los ojos?
– Lo primero que se me viene es mi abuelo y mi abuela, mi madre, que ya no están. Era un momento muy bonito. Y una de las cosas que me quedó muy grabada es que mi mamá y mi abuela se pintaban las uñas y se maquillaban para ir porque era una fiesta. Llegábamos, almorzábamos y ellas se quedaban en la camioneta todo el remate. Charlaban con otra señora o entre ellas, pero no iban a los corrales.
–La de mates con tortas fritas que deberían comer ahí…
-Torta con mates seguro. Había un quiosquito que lo manejaban unos chicos de una escuela secundaria para recaudar fondos. Y una anécdota que nunca conté es que esa feria que después dejó de funcionar comercialmente, salió a la venta y en el año 2005 la compramos con quien era mi esposo en ese momento y hoy es parte de los bienes que tiene mi familia. Mis hijos más grandes se criaron en esa feria.
-¿Alguna comida que te acuerdes de esa época en el campo?
-Mi abuela era descendiente de italianos, así que cocinaba fabuloso. Las comidas son las para mí normales, las que comemos en casa. Pero la pasta con salsa boloñesa, las empanadas de carne, la lasaña, el asado por supuesto los domingos, lo hacía mi abuelo, había parrillada. Y una cosa que me gustaba mucho que era motivo de reto por parte de mi madre y mi abuela: a mí me gustaba ir a la casa donde estaba el personal del campo, que era la matera. Mi papá pasaba muchas horas ahí y ahí aprendí a comer otras cosas como avestruz, otras especies que no eran habituales en mi casa.
-Llegó el momento de estudiar y elegiste primero Comercio internacional, segundo Maestría en economía. Recién después apareció el doctorado en Ciencias Agropecuarias. ¿Qué te imaginabas o qué querías ser o hacer cuando empezaste comercio internacional? ¿Tenías un plan B?
-Voy a empezar por contarte qué quería mi papá. En ese momento fue toda una discusión. Porque él pretendía que continuara con el legado de producción en el campo. Y cuando le dije que iba a seguir licenciatura en comercio internacional, algo que, encima, en mi época era casi de ciencia ficción, él quería que fuera veterinaria. Pero veo sangre y me descompongo. Era imposible. Y quería que me quedara cerca.
-¿Y qué te gustaba a vos?
-A mí me gustaba lo comercial, el vínculo con la gente, desarrollar negocios. Siempre estaba con la cabeza puesta pensando qué podía crear. Elegí comercio internacional porque me gustaba viajar, conocer culturas, vincularme con gente de distintos lugares. La estudié, cuando la terminé estuve un año en La Pampa, cerca de mi padre. Después me fui. Primero hice una maestría en España y después hice la del INTA acá. Estuve dos años en Madrid.
-¿Qué te acordás de esa experiencia afuera?
-Recuerdos preciosos. De donde venía mi abuela materna. Eran de León. Fue un antes y un después. Me formó no sólo como persona, me enseñó cómo vincularme con la gente, cómo manejarme, salir del cascarón de ser argentino y pampeano, a entender distintas formas de hacer las cosas.
-Después estuviste 10 años en INTA. ¿Qué hacías ahí? ¿Qué te quedó de ese paso?
-Fue muy bonito también. Cuando me vine de España me casé con una persona de allí y nos vinimos a vivir acá. Entré a trabajar en INTA en 2004. Primero a la Universidad de La Pampa. Yo estaba instalada en general Acha e iba y venía en la camioneta. Lo que me pagaban casi no alcanzaba para pagar el combustible. Pero siempre me gustó mucho estudiar y aprender cosas nuevas. E ir para adelante. Y en esa oportunidad me invitaron a una beca en INTA y lo que había que hacer era una maestría. Yo ya estaba trabajando como productora, con mi padre y mi esposo de ese momento. Me presenté, obtuve la beca y después hice la maestría en Balcarce.
-¿Cómo fue esa experiencia? Porque justo por esos años quedaste embarazada…
-Sí, difícil. Tenía que viajar primero con panza y después con un bebé en brazos. Me llevó un tiempo pero lo logré. Mi paso por el INTA fue una de las experiencias más bonitas laborales que he tenido. Aprendí muchísimo. Cuestiones productivas, conocimiento técnico de agronomía y de veterinaria. Estuve varios años trabajando en cadenas agroalimentarias a nivel nacional, con equipos de distintas provincias. Y los últimos años me hice cargo de la Agencia de Extensión de General Acha. Ahí empecé a acercarme a la comunidad de acá, con las consignatarias, las instituciones, municipios y hacíamos una fiesta muy bonita, se juntaba el remate feria físico para la venta y se hacía una exposición comercial. Eran tres días de fiesta para toda la familia de Acha y los pueblos vecinos.
-En un momento de ese camino de crecimiento y desarrollo surgió la posibilidad de ser martillera o rematadora. ¿Cómo llegaste a rematar? Fue algo totalmente fuera de tu “plan de vuelo”…
-Totalmente. Cuando sucedió me acordé de cuando estaba arriba de las rodillas de mi papá, yo era muy chica, dos o tres años y él me hacía repetir como un loro los nombres de los productores y los de los campos y estancias. Tenía que rematar un ternero o una vaca, bajar el martillo y decir quien lo había comprado y de qué campo era. Era muy importante. Mi historia me fue llevando por distintos caminos, si se quiera no tan alejada de lo rural, pero tampoco cerca de los remates feria. En 2014 empecé mi relación personal con quien hoy es mi esposo, Néstor, y recién en 2017 empecé a trabajar en la consignataria.
-¿Cómo fue eso? ¿Qué hacías?
-Hacía lo que hubiera para hacer. Ayudar en lo que fuera necesario. Y fue difícil. Porque es un mundo de hombres. Porque es una empresa con una trayectoria larga, muy personal, construida por Néstor, con un grupo de gente cercana que lo fue acompañando y tenían su forma de generar y armar todo el negocio. Para ellos fue todo un desafío acompañar al productor agropecuario, épocas de sequía tremendas, donde el productor perdía su camino y costaba mantener la empresa. Cuando me toca ingresar a mi yo tenía algunas propuestas que eran diferentes a las que había en Néstor Hugo Fuentes SA. Eso llevó un tiempo, no fue fácil, porque además, la que lo proponía era mujer y su mujer, algo que no me jugaba a favor. Porque se me exigía mucho más.
-En ese contexto, ¿cómo llega lo de ser martillera?
-Bueno, estaba Néstor como primer martillo, como segundo estaba Germán Scheffer y estaban buscando a alguien más, porque se hacían varios remates. Se probaron dos o tres chicos que no continuaron. Y en ese proceso, yo ya embarazada de Benja, le digo a Néstor que yo podría hacer el trabajo de martillero.
-¿Te acordás dónde fue? ¿Le pasaste unos fideos boloñesa y le dijiste eso?
-(Se ríe). Más o menos. Fue en nuestra casa. Me miró sorprendido. No tuve mucho quórum para arrancar. Pero bueno. Estudié la carrera igual. La hice en dos años, aún embarazada. Cuando terminé mi carrera Benja tenía 6-7 meses. Y le dije que estaba lista. Aún así, pasó un año para que me pueda subir al carro a rematar. Yo igual, hacía de todo, sacaba guías, estaba en el encierre, ver calidades de distintos lotes. Yo estaba ahí pero el momento para subir al carro no se daba nunca. Yo creo que le costó más a el tomar la decisión que a mí.
-¿Recordás cuándo fue la primera vez?
-Sí, fue en Bernasconi. Fue gracioso porque la semana anterior me decía que no estaba preparada. Y en ese momento me vio un poco enojada de tanta espera y me dijo, bueno sí, estás preparada. Tenía que rematar hacienda al kilo, era un remate chico, es una categoría que se puede manejar bastante bien. Subí y se puso al lado mío. Pero teníamos que ver qué hacía la gente. Los compradores, el vendedor. Yo no tenía duda que lo podía hacer bien y cuidar con mi trabajo al que vende y podía manejar al que compraba. Obvio que la fui puliendo con el tiempo, y me queda por aprender. Pero para él fue importante ver qué decía y hacía la gente. Que me aceptaban.
-¿Alguna vez te dieron la espalda?
-En una época, en Algarrobo del Águila, al oeste, contra Mendoza, un lugar que amo, un señor se enojó. Dijo que a él no le iba a rematar sus animales una mujer. Hoy tengo relación con la sobrina: él falleció, siempre nos reímos de eso. Pero en general la gente supo entender que la función mía es para apoyar. Que soy la voz del vendedor. Que voy a cuidar su trabajo de todo el año, el sustento de su familia.
-¿Cuáles han sido tus herramientas como mujer en un mundo muy masculino, para hacerte tu lugar?
-Hay dos cosas para destacar. Me han llamado un montón de chicas que están estudiando la carrera y les gustaría rematar. Es posible. Pero hay que tener en cuenta dos cosas. Primero entender de qué se trata lo que estás haciendo. Es muy importante identificar de quién estás vendiendo, donde produce esa persona, porque cuando vos ubicás al productor en su ambiente, las limitaciones y dificultades que tiene, conocés su familia, el entorno, le ponés nombre y apellido, y de repente tenés sus terneros para vender. Es distinto. Te puedo asegurar que es muy distinto a no saber de quien es. Para Néstor, que me formó, y para mí, esto es fundamental esto. A veces no es fácil conocer el origen del productor que remitió esa hacienda pero sí en la zona que se produjo, si es pastizal natural, si tiene pastura, porque no es lo mismo la calidad de uno y otro. Y también es importante la formación previa. Una cosa que yo creo hoy es que los jóvenes estudian dos o tres años martillero y con eso pretenden salir al mercado y trabajar. Y a veces se necesita un poco más de conocimiento, experiencia, caminar los campos. Y en mi caso todo el camino recorrido hasta que llegué a rematar me sirvió y sirve mucho.
-Ok, pero eso es para cualquiera que quiera ser martillero. Pero vos, como mujer, ¿qué herramientas tuviste que desplegar para avanzar?
-Determinación. Carácter. Seguridad. La primera que confiaba en mí era yo. Y eso lo transmitía a la persona que tenía que tomar la decisión. No era fácil para él tampoco. Yo creo que la barrera de género en esta actividad está corrida. Creo que la mujer puede desarrollarse en el ámbito que quiera con las condiciones físicas e intelectuales que requiera la actividad. No pasa por un género. Pasa lo mismo con el hombre, puede hacer lo que quiera. Puede estar al frente de una cocina de un restaurant internacional y lo hace porque tiene las cualidades. Creo son estereotipos ya pasados de moda. Hoy creo es importante dar el mensaje a los chicos que se capaciten, le dediquen tiempo, esfuerzo.
-Ahora quiero que me cuentes de El Galpón del Edén, tu casa de decoración con enlozados que te remiten a tus abuelas…
-El Galpón arrancó en ese año que me había recibido de martillera pero no podía subir a martillar. Fue un año muy frustrante para mí, tuve momentos muy tristes. Porque yo sabía que podía hacer la tarea pero no tenía el espacio. Entonces, como tenía momentos libres, empecé a pensar en algo que me haga feliz. Viajamos a China con mi hija más chica a buscar bombas solares, para importarlas. Y en el viaje me encontré con una trader que me ofreció enlozados, como los que teníamos en el campo, siempre me gustaron porque me recuerdan a la cocina de mi abuela italiana y estaban siempre en la mesa. Los que me mostraban esta chica tenían un diseño chino, feos, casi ridículos para mí. Entonces le propuse desarrollar un diseño distinto y se me ocurrió ponerle un gallo, un animal vinculado al campo, una señal de que arranca el día. Así surgió el gallo azul.
-Así arrancaron, con enlozados…
-Si, después fuimos haciendo una curaduría de productos de decoración. Siempre me gustó la decoración. Viajar y traer cosas. Y pensé tener eso en La Pampa. Porque el corralón era para hombres en sus productos, y con esta alternativa incorporamos a la mujer. Hoy tenemos de todo: te, yerba mate, flores frescas, vajilla, cristalería y, obviamente, los enlozados.
FUERA DEL SURCO
-¿Hay alguna actividad que te resetee, que te permita relajarte después de un día ajetreado?
-Una de las cosas que me gusta y me da paz es cuando vamos al campo. Nosotros además, somos productores ganaderos. Tenemos algunos propios y otros alquilados. Ver una vaca con su ternero en el medio del campo, el monte de caldenes. Para mí es una de las cosas más relajantes que hay. Lo disfrutamos muchísimos. Siempre decimos con Néstor que si hay algo que nos gustaría más adelante es dedicarnos a ser ganaderos, criadores exclusivamente. Tiene otro ritmo de vida, otros tiempos, y cuando nos tomamos un rato y podemos hacerlo nos permite desconectar, pensar, saber qué paso seguir dando. Este es un negocio de alta demanda, que no tiene horarios ni días. Estás brindando un servicio y cuando das un servicio no hay límites.
-¿Música? ¿Qué escuchás?
-La música para mí, cuando voy manejando, me encanta. Porque me permite pensar, relajarme. Me gusta mucho la música melódica. Luis Miguel, lo sigo desde los 13-14 años. Pero me gustan muchos tipos de música: folclore, la música tradicional argentina. También he estado escuchando tango, milonga. Y con Néstor nos encanta ir a los bailes de pueblo y nos gusta mucho el foxtrot.
-¿Algún lugar en el mundo que te gustaría conocer?
-Me encantaría recorrer más de Africa. Conozco Sudáfrica y Marruecos. Me encantaría ir a Egipto, a Kenia. Con mis hijos. Ir a algún safari.
-¿Algún lugar que conozcas y recomiendes o que te gustaría volver?
-Fui y me gustaría volver a Australia. Es Argentina pero con cultura inglesa. Tienen de todo. Respeto muchísimo el orden, profesionalismo, prolijidad. Tiene costas, barrera de coral, grandes ciudades, y en el centro tiene el desierto y está el Uluru una especie de montaña famosa en las fotos de Australia. Estuve ahí y me encantaría llevar a los chicos. Me recuerda mucho al oeste de nuestra provincia: lo agreste, el pastizal natural. Es muy bonito.
-¿Una frase o motor de la vida que digas cada tanto?
-Sí, hay una frase que tengo en mi Facebook, en el perfil, que tiene que ver con mantener la esencia. Ser como uno es y no perder la identidad. Porque a veces los estereotipos te llevan a ser una persona que no sos y creo que ahí es donde se complica la vida. Siempre hay que mantener el vínculo con lo que uno lleva adentro, lo más íntimo. El vínculo con los abuelos es el hilo conductor de mi vida. Mantener ese vínculo sagrado y respetar mi esencia y forma de ser. Por ejemplo, más allá de las modas y de lo que se usa, a mí me encanta de toda la vida usar vestidos. Y normalmente cuando voy a las ferias voy de bombacha de campo pero me he subido al carro a rematar con vestido. Y la gente te mira raro.
-Gracias
-Gracias por la charla. Creo es importante que sepan, que se puede. Hay que tener convicciones e ir para ese lado. Cuando elijas qué hacer, agarrate fuerte de las riendas del caballo y metele.
MUJERES EN CAMPAÑA
“ELLAS” es una serie de podcasts realizados por Infocampo con mujeres de campo que inspiran por su historia emprendedora, y que cuenta con el acompañamiento de “Mujeres en Campaña”, una iniciativa de New Holland Agriculture que ya tiene un camino recorrido y embajadoras de distintos lugares del país.
La Iniciativa Mujeres en Campaña (MEC) surgió cuando comenzamos a notar que existen muchas mujeres involucradas en el campo con grandes capacidades y que todas teníamos algo en común: la necesidad de compartir experiencias vinculadas al campo y al trabajo rural, nuestro principal objetivo es visibilizar el rol de la mujer rural en cualquiera de sus tareas sea como cliente o como una referente para el sector”, señaló Natalia Álvarez, referente de Marketing New Holland Argentina.
Desde “Mujeres en Campaña” desarrollaron el concepto de “embajadoras” que permite conocer un poco más de cada una en su rubro y, a su vez, difundir cómo trabajan y cómo se sienten.
El objetivo de este maridaje entre ELLAS y Mujeres en Campaña es llegar a mujeres de distintas edades y distintas zonas geográficas. “Nos enorgullece cuando un padre nos comenta que le recomendó a su hija inscribirse en nuestra plataforma para capacitarse y realizar algún curso de los que ofrecemos”, agregó Álvarez.
Desde la plataforma de MEC, se puede acceder a capacitaciones, foros, talleres, entrevistas y contenido de interés, además, cuenta con una Feria de Emprendedoras para dar a conocer los proyectos que lideran las seguidoras.