Las chinganas, el negocio que escandalizó a los dueños de las pulperías: la dura batalla que resultó en el cierre de uno de estos comercios en Lima
En los barrios, existen negocios indispensables cuya presencia ha satisfecho las necesidades de los vecinos en numerosas ocasiones. Uno de estos son las bodegas, establecimientos donde los residentes no solo adquieren productos, sino que también comparten momentos agradables con el comerciante. La experiencia de comprar en estas tiendas resulta agradable, ya que el bodeguero es alguien conocido y la interacción se asemeja a la de dos amigos.
En distintos puntos el Perú, las bodegas son comercios habitualmente gestionados por familias o pequeños empresarios, quienes ofrecen un trato cálido y personalizado a sus clientes, distinguiéndose así de los minimarkets. Su cercanía emocional y física con los consumidores les permite comprender mejor sus necesidades específicas.
A pesar de los esfuerzos de los propietarios de los minimarkets por hacer la experiencia de compra de sus clientes más amena, los peruanos muestran preferencia por las bodegas. Esta predilección de los consumidores ha hecho que los dueños de los establecimientos más grandes se esfuercen por captar clientes. En ese contexto ha surgido una rivalidad entre ambos tipos de negocios.
La rivalidad, como se ha comentado, se debe a la lucha por ganar la preferencia de los consumidores dentro del mismo segmento de mercado. Las bodegas, con su trato personalizado y conocimiento de las necesidades locales, se enfrentan a los minimarkets, que ofrecen una mayor diversificación de productos, precios competitivos y horarios de atención extendidos.
Así como los comerciantes de estos centros de abastecimiento actualmente se encuentran en disputa, en el siglo XVIII ocurrió algo similar. Los negocios en rivalidad en aquel entonces eran las pulperías y las chinganas. Pero, ¿qué vendían en estos establecimientos?, ¿por qué surgió esta contienda?, ¿quién ganó? Estas y otras preguntas serán respondidas en los siguientes párrafos.
La rivalidad entre las chinganas y las pulperías
Para hablar de las chinganas, es necesario remontarnos al Perú colonial, aquella época en la que los españoles establecieron un complejo sistema de tributos e impuestos con el objetivo de extraer riquezas y consolidar su dominio sobre el territorio del Perú. Lo recaudado se utilizaba en obras públicas, apoyo a la Iglesia católica, financiamiento de expediciones y, sobre todo, una parte significativa de estos fondos era enviada a la Corona Española.
Durante esta época, emergieron estos negocios, de los cuales uno desapareció, mientras que el otro evolucionó hacia lo que actualmente conocemos como bodegas. Sin embargo, antes de explorar el motivo de la rivalidad, resulta pertinente definir cada uno de estos establecimientos.
El Diccionario de Autoridades del siglo XVIII definió a las pulperías de la siguiente manera: “Tiendas en las Indias, donde se venden diferentes géneros para el abasto: como son vino, aguardiente y otros licores, géneros pertenecientes a droguería, buhonería, mercería y otros, pero no paños, lienzos ni otros tejidos”.
Respecto a la definición de las chinganas, es sabido que son de dos especies: una que se limita solo a la venta de bebidas alcohólicas y otra que se dedica a la venta de velas, jabón, comestibles y también aguardientes y licores. Esta información aparece en un documento del cabildo del 22 de octubre de 1816.
Es preciso señalar que en el Diccionario de Autoridades del siglo XVIII no figura el concepto sobre la chingana; sin embargo, Juan de Arona dijo que los dueños de estos establecimientos fueron los criollos o personas de alguna república hispanoamericana.
Habiendo comentado ello, es menester señalar que el conflicto entre los dueños de las pulperías y chinganas surgió en las últimas décadas del siglo XVIII, específicamente en el 17 de junio de 1790, fecha en que los apoderados del gremio de pulperos se opusieron a la apertura de chinganas pues, según ellos, había una confrontación de intereses entre ambos negocios.
En el libro “Pulperías y chinganas”, de Arnaldo Mera Ávalos, se abordan los motivos por los cuales los pulperos se opusieron a las chinganas. “(…) En un escrito dirigido al cabildo el 20 de diciembre de 1790, en el cual Pedro López, dueño de la casa pulpería ubicada en la esquina del callejón de Romero, en la bajada del Puente (actual distrito del Rímac), y Joseph Brioso, dueño de una casa alojería, pidieron conjuntamente al cabildo que no otorgase una licencia a Lucas Bermúdez para abrir una chingana frente a la casa de ambos, argumentando que ya se hallaban rodeados de otras cinco casas chicas, ‘las que se dicen chinganas, que son de grave perjuicio por su mal manejo a las casas pulpería’”, se lee en el libro.
Según el investigador, los comerciantes manifestaron a las autoridades que estos negocios no favorecen al erario debido a que no tributaban; también señalaron que estos comercios eran dañinos para la sociedad debido a que las personas que acuden a los locales se envician en juegos.
Las quejas continuaron registrándose en el siglo XIX. En 1813, Rosa Fierro presentó una queja ante las autoridades competentes, argumentando que una chingana podría causarle daños económicos. ¿Qué ocurrió? La situación era que su inquilina quería mudarse después de que una chingana abriera sus puertas frente a la habitación que arrendaba.
“‘No quería oír las obscenidades que se proferían (ni) presencia[r] los desórdenes que en esta se acostumbraban’, lo que ocasionaba ‘escándalos, perjuicios y alborotos’. Fierro expuso que, al haber ya las esquinas pulpería para el abastecimiento público, ‘dicha chingana solo podría servir por desórdenes y perturbación de la tranquilidad del vecindario, pues solo concurren a ella la gente vaga sin honor y también facinerosa’”, escribió Mera Ávalos.
Cabe señalar que tanto las pulperías como las chinganas pagaban impuestos, pero estas últimas las evadían. Por ejemplo, se acusó a una chinganera de no haber pagado los derechos reales de alcabala. En su defensa dijo que era pobre y viuda, situación que no le permitía recaudar dinero para cumplir sus responsabilidades. Lo poco que ganaba, según señaló, le servía para comprar alimentos de sus hijos.
Mera Ávalos también dio a conocer lo que había solicitado el gremio de pulperos a las autoridades. Sobre este tema en cuestión, se lee lo siguiente: “El gremio de pulperos solicitó la extinción de una de ellas, ‘abierta en la esquina de los Borricos’; el cabildo mandó que, si no exhibía la licencia respectiva, fuese cerrada”.
Tras esta petición, el virrey dispuso lo siguiente: “De no admitir escrito donde se pidan licencias para chinganas y el celar por los medios convenientes el que no se vuelvan a abrir las que ya se hayan cerrado”. Así comenzó el declive de las chinganas.
“El 7 de julio de 1816 empezó el mandato del último virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela. Este remitiría un oficio el 27 de junio de 1817 en el cual prohibía la existencia de chinganas. en tal sentido, el 11 de noviembre de 1817 se le negó a Francisco herrera la licencia para abrir una ubicada en Acho. Entre 1818 y 1820 no hubo más intentos de los vecinos de Lima por abrir una chingana, lo que demuestra el éxito de los diputados del gremio de pulperos”, reza el libro “Pulperías y chinganas”.
De esta manera, se puso fin al negocio de las chinganas, lugares donde las personas se congregaban para pasar el tiempo en actividades consideradas poco productivas. La queja de los dueños de las pulperías y de los vecinos de Lima fue determinante para que este tipo de comercio desapareciera. A ello se suma que muchos de estos establecimientos no pagaban impuestos. El negocio que persistió décadas después fueron las pulperías, que evolucionaron en las bodegas que conocemos hoy en día. Es interesante señalar que las antiguas pulperías aún pueden observarse en el Centro Histórico de Lima; por ejemplo, en una esquina del jirón Ica, se puede apreciar un local con dos puertas esquineras, característica principal de las pulperías durante la colonia.
Fuente: InfoBae