El video que demuestra la impactante vigencia del Pichi Campana a los 59 años: los recuerdos del “Michael Jordan argentino”
El video se viralizó en el ambiente del básquet en estos días. Pichi Campana a los 59 años anotando tiros libres consecutivos (25 aseguran los presentes en la cancha de Instituto) como cuando tenía esta rutina pre-partido, en su época de atleta de élite. La mano intacta. Tanto como la confianza.
La filmación que muestra la vigencia de Pichi es la excusa ideal para recordar a un mito de la historia del básquet nacional. El Michael Jordan argentino, como puede evocarse hoy. Por su estilo, básicamente. “Un negro en el cuerpo de un blanco”, como dijo el entrenador Oscar Sánchez alguna vez para destacar la capacidad física y atlética del cordobés.
Hablamos de uno de esos crack de los que surgen pocas veces en la historia. El anotador histórico de nuestra Liga Nacional con 17.359 puntos, dueño de varios de los más importantes récords de anotación, como los 62 puntos en un partido (el 1° de febrero de 1990, a Sport Club, jugando para River) y los 44.2 de media en una temporada, también con River (en 26 partidos, además, lanzó 57% dobles y 39% triples)
Pichi brilló por 15 años, primero como un feroz anotador (cuatro años seguidos fue el goleador de nuestra Liga Nacional) y luego como jugador integral que hasta pudo reinventarse tras lesiones difíciles.
Identificado con Atenas, aunque tuvo idas y vueltas (3 ciclos, 9 campañas, 5 Ligas Nacionales). Siempre la rompió, sobre todo haciendo dupla con Marcelo Milanesio, con quien conformó el mejor equipo de siempre, el Atenas del 97.
También dejó su huella en Olimpia, River, GEPU, Banco Córdoba, Boca y Peñarol. Tiene 7 Ligas ganadas. Cuatro veces fue el MVP de la temporada y tres en finales. Nada menos.
Pero, claro, todo empezó mucho antes, en el club Redes Cordobesas. Tanto la rompía en ese club de barrio que lo citaron para selecciones menores, primero para el Sudamericano en Montevideo que tuvo a Argentina como subcampeón, luego para el Panamericano en Paraná en el que se perdió la final ante Brasil y luego para los Odesur en Rosario. Fue cuando Obras Sanitarias, el gran equipo argentino del momento, se fijó en él y lo contrató. Y allí, como una joya que salía desde el banco, fue campeón del mundo, ganando la recordada Copa William Jones de 1983, con compañeros que marcaron una época como Eduardo Cadillac, Choco Raffaelli, Esteban Camissasa y extranjeros de elite, como Mario Butler o Rolando Frazier.
“Algo tremendo, si lo analizamos hoy. Mirá si hubiese sido en la actualidad: no duraba ni 10 minutos en Argentina. Me compraba cualquiera (se ríe). Pero, bueno, otras épocas. Yo era muy pibe, tenía 18 años y seguramente era un poco inconsciente de lo que estaba viviendo. Yo me divertía y no pensaba tanto. En algún momento vi que era bueno, pero como cualquier pibe de 18 años, sólo quería jugar. No pensaba tanto en progresar. Al menos es lo que me parece hoy, a la distancia. Además, era otra época, en la que no había Liga Nacional, no veías partidos de afuera y era muy raro, por caso, que los equipos se entrenaran en doble turno”, analiza ya desde otro lugar, décadas después.
Meses antes había explotado en la consideración internacional en el Mundial Junior en España, donde Pichi la rompió y le anotó 39 puntos nada menos que a la URSS de quienes serían míticas leyendas del básquet como Arvydas Sabonis, Alexandar Volkov y Sarunas Marciulonis. “Me da vergüenza decirlo, pero en ese torneo y, puntualmente en ese partido, estuve tremendo, con muchas anotaciones difíciles en la pintura ante el mismísimo Sabonis. Ellos tenían equipazo, venían invictos y eran candidatos al título. Jugaban tipos que luego jugaron en la NBA y marcaron una época, pero se dio una de esas noches en las que el rival débil juega muy bien y al candidato no te salen tan bien las cosas”, recuerda Pichi, quien quedó en el quinteto ideal del torneo y fue el máximo anotador, aunque oficialmente se haya informado que fue el brasileño Paulinho. “El periodista Osvaldo Orcasitas hizo una investigación en la que descubrió que el brasileño ganó porque se tomaron sólo los puntos de la segunda fase. Yo fui el que más puntos hice en el torneo…”, explica.
En 1985 llegó la citación a la Selección Mayor, para el Sudamericano en Colombia. “León (Najnudel) era el DT y yo recuerdo que estaba chocho. Era el sueño cumplido, el objetivo mayor. Y recuerdo que fue un torneo particular porque León armó un plantel joven, con mucha altura: el Gigante González (2m29), Palito Borcel (2m15), el Loco Montenegro, Diego Maggi, el Vasco Aispurúa. Equipo joven y alto”, recuerda. Al otro año llegó el recordado Mundial 86, básicamente porque Argentina pudo ganarle a USA. “Fue increíble. Uno de esos juegos que te salen todas y al rival, no. Pensábamos ‘ya se van a despertar’, pero no pasaba y seguíamos palo a palo hasta el final… Creo que la clave fue no tener miedo a ganar. Nos dimos cuenta que se podía y lo logramos”, rememora a la distancia.
Aunque, claro, como pasó mucho en la época pre Generación Dorada, quedó sólo en una noche. “Ese batacazo nos dejó en una posición muy ilusionante porque si le ganábamos a Italia podíamos ser semifinalistas, algo impensado. Pero perdimos y no se dio. Recuerdo que nos costó en lo físico, en el roce. Argentina, en esa época, generalmente jugaba bien, le podíamos ganar a cualquiera, pero sufríamos contra los rivales más físicos. Generalmente las preparaciones no eran muy buenas, pero en aquel torneo sí lo fue, más de dos meses de gira, pero al final nos pasó factura y llegamos muy desgastados al final del torneo. En lo personal, yo fui suplente del Negro Romano y tuve participación especialmente cuando el equipo debía cambiar el ritmo de juego”, opina.
En 1987 y 1988 se perdió de jugar con el seleccionado por lesiones importantes y luego llegó el Mundial de 1990, en el país.
“Para aquel torneo tan importante recuerdo que hicimos una muy buena preparación, coronada por muy buenos resultados en gira por Europa. Hasta le ganamos a Grecia en la Copa Acrópolis y llegamos bien. Pero en el Mundial nos topamos con muy buenos rivales, alto nivel, y nos costó mucho. Le ganamos a Egipto, luego a Canadá de arremetida, pero después ya no ganamos más. Nos quedó un sabor amargo, porque queríamos más, regalarnos un triunfo más, conectar con la gente que seguramente esperaba otra cosa. En lo personal, faltando un par de días para el debut, en el último partido en Córdoba, sufrí un esguince de tobillo que me limitó todo el torneo. Recuerdo que justo contra USA me sentí mejor y pude desplegar mi juego. Estuve muy derecho, pero tampoco alcanzó para ganar”, explica.
Aquel juego, sus 33 puntos ante USA, le dieron el pasaje a una prueba con New Jersey Nets. Todo un hito para el básquet argentino en aquella época. Pichi cuenta cómo fue. “Martin Schubert (NdeR: un financista neoyorquino con contactos con Willis Reed, general manager de los Nets) vio aquel partido contra USA, pensó que yo podía jugar en New Jersey y consiguió la prueba. Recuerdo que estuve una semana entrenando en doble turno con un grupo de jugadores, del cual saldría el equipo que disputaría la Liga de Verano. Yo no quedé pero fue toda una experiencia. En ese momento había mucha diferencia, no había la información de hoy y yo no entendía la idiosincrasia de juego que ellos tenían. Yo contaba con mucha experiencia por haber jugado en la Liga Nacional y la Selección, trataba de jugar al básquet y ellos sólo iban al uno contra uno, y todo se desdibujaba. Yo pasaba la pelota y no la veía más (se ríe)”, explica sobre aquella prueba en la que se cruzó con el gran Drazen Petrovic.
Luego llegó el mítico Preolímpico de Portland, en 1992, en el que empezó a compartir posición con Juan Espil, otro tremendo goleador. “Era difícil… Después todo cambió, pero en aquella época existía la costumbre de que jugaba uno y el otro, suplente, casi no entraba. Era como que uno le sacaba la confianza a otro y nunca pudimos congeniar. Hoy sería distinto porque existen múltiples combinaciones, pero en esos años era muy esquematizado, si uno jugaba, el otro no. Entonces, no era fácil. Te diría que, en vez de potenciarnos, nos chocábamos. Es más, casi no compartimos la cancha. En aquella época se pensaba así. Imaginate cómo sería que si en la Liga Nacional no jugabas los 40 minutos, te enojabas. Hoy si jugás 25 minutos, tenés que estar feliz”, compara.
En el Mundial 94 pasó algo similar, un equipo que fue de menor a mayor pero tampoco logró el objetivo. “Nos tocó una zona jodida y no pudimos clasificar. Terminamos bien, ganando en repechaje, y saliendo novenos tras vencer a España. Yo recuerdo que terminé jugando de base en reemplazo de Marcelo”, comenta, abriendo la puerta a preguntar sobre cómo fue la transición que hizo de ser un goleador devastador a un jugador más integral. “Cuando los años pasaron y el declive físico se empezó a notar me empecé a dar cuenta que, para seguir siendo efectivo e importante, debía ser un jugador más completo. También la edad te permite pensar las cosas, verlas de otra forma. Porque si sos un goleador que también la pasa, defiende y rebotea, sos mejor jugador. Alguien más peligroso e importante. Si sos un gran goleador y no se la pasás a nadie, la defensa tiene parte del trabajo hecho. Yo hice un click, gracias a los entrenadores que tuve. Entendí que los partidos no sólo se ganan con puntos, aunque parezca una contradicción, y empecé a hacer otras cosas que también sirven para ganar partidos”, se sincera.
No estuvo en el 95 y 96, pero volvió en el 97, en un momento de muchas bajas para dar una mano en el Sudamericano. “Fue sorpresivo. Dos días antes de que viajara el equipo, me sonó el teléfono, atendió mi mujer y me dice ‘es Julio Lamas’. Yo había estado peleado con él y me sorprendió mucho el llamado. Me pidió que fuera, que me necesitaba. Le dije que sí, sin importar lo que había pasado entre nosotros. Fue uno de mis mejores torneos, porque fui sin preparación e hice lo que me pidieron”, habla de su último certamen. “Sí, ya no jugué más, Julio le dio una oportunidad a un tal Manu Ginóbili y no se equivocó (se ríe)”.
La pregunta se cae de madura.
-¿Qué le faltó a esa camada, el famoso roce?
-Sí, un poco el roce. El gran cambio que llegó con la Generación Dorada fue que la gran mayoría jugaba afuera y todas las semanas se enfrentaba a los mejores. Nosotros teníamos que esperar a un Mundial o un JJOO para enfrentar a Djordjevic, para poner una ejemplo. Y para conocer a un jugador hay que enfrentarlo. Ese nivel de exigencia, ese roce con los mejores, hay que sumarle la madurez como equipo que nosotros tampoco nunca conseguimos. Tendríamos que haber dejado de lado muchas costumbres tontas que teníamos en ese momento. Pero, bueno, era así, se pensaban de esa forma las cosas…
-¿Y qué significó la Selección en tu vida?
-Mucho. Pero yo cometí errores, por impulsivo. También tuve mala suerte en buenos momentos míos, lesiones que me impidieron jugar al nivel que podía, como me pasó en el Mundial 90. En mi carrera anduve medio cruzado con la Selección. Jugué tres Mundiales, un par de Sudamericanos. Pero podría haber jugado más…
-Sorprendés. ¿Estás queriendo decir que no estás conforme con lo que le diste a la Selección?
-Sí, siento que con la Selección quedé en deuda, que podría haberle dado más cosas.
-Por último. Tus tres mejores compañeros.
-Marcelo (Milanesio), (Germán) Filloy y (Diego) Osella.
-Todos de Atenas de Córdoba. Algo quiere decir.
-No es casualidad (se ríe). Somos amigos y un poco me traiciona el corazón. Si me dejás sumar otro, meto a (Miguel) Cortijo, con otro que la pasé muy bien y que siempre me la dio redondita.
Pichi, a los 59. Como nunca. Como siempre.
Fuente: InfoBae